sábado, 27 de octubre de 2012

UN AÑO Y 20 DÍAS DESPUÉS...


Somos un ejemplo firme de lo que se puede y lo que no se puede hacer. Somos la caricia perdida en una espalda esculpida por el mismo Miguel Ángel. Somos el beso más suave, dulce y carnoso de todo el siglo XXI. Somos lo que se debe hacer: amar. Somos amor en estado puro. Cada poro de nuestra piel expulsa amor cada vez que nos acariciamos durante una tarde entera. Durante horas, durante un tiqui-taca de dame la manta y te tiro al suelo. De risas y carcajadas puras, desnudas, como nuestros cuerpos bajo la manta por la que pujamos.
Somos así de simples. Palomitas, patatas fritas de bolsa y refresco. Somos un cachivache de cortina que asusta y divierte al mismo tiempo. ¿Te da? ¿No te da? Es fantástico. Nuestros padres derrochando en juguetes toda la vida, ahora nos compramos ordenadores, mp4 o incluso tomamos prestado un iPod por ahí para divertirnos y la verdadera y sana diversión la encontramos en una habitación normal, con poca decoración, con un cachivache que sirve para correr una cortina que no nos tapa, o sí, cuando hacemos el amor,  con un pc para alimentar nuestras mentes de televisión basura y películas de culto. Así de bipolares somos.
Jugamos por ver quién se acomoda mejor en la cama. Jugamos por vernos jugar así el resto de nuestras vidas. Luego cae la noche, las 11. La plaza. Algunos amigos. Comenzamos a beber y acabamos bailando y riéndonos de la gente de los bares porque tienen pelo en la espalda, en el espacio ese que va de una ceja a otra y de aquellos que intentan acercarse a confiarnos cualquier estupidez que nosotros obviamos y rompemos con un beso.
Cuando llegan las siete y diez de la mañana, nos sorprenden en el barrio personas que ya van a trabajar y nosotros estamos ahí, disfrutando otra vez de nosotros mismos y de nuestras mentes ebrias con el alcohol más barato y el amor más puro y valioso. Estamos rebozándonos por el suelo, riendo y alguno, semidesnudo.
Podemos hacer una síntesis de todo esto. Somos diversión, felicidad y nosotros mismos. Nos queremos y sabemos que nos necesitamos. Es una maravilla, digna de ser consagrada como el noveno arte. Sin duda, esto será imposible, porque la gente jamás entenderá esta relación y esta forma tan curiosa en la que tu y yo interconectamos diariamente para demostrarnos que ahí estamos, uno enfrente del otro.
Marito. 

lunes, 8 de octubre de 2012

El niño, la vela y yo.


Pendiente como el niño que mira una vela desde que se enciende hasta que se apaga. En el plato, la cera líquida describe el recorrido aleatorio que le permite la temperatura ambiente que poco a poco la endurece. El niño, está pendiente de la vela en todo momento. En su momento de mayor luminosidad. En aquellos en los que una estúpida ráfaga de viento ocasionado por una puerta que se abre al otro lado del salón está apunto de hacerla desaparecer, también está ahí.
Una vela encendida, dibujando en un plato amorfas formas que desgajan una abstracción incomprensible. Y un niño atento está mirando fijamente el fuego, el recorrido de la cera líquida.
Me lo imagino ahí, tirado de rodillas sobre la vieja alfombra, apoyando sus codos en la mesa y su cabeza sobre sus manos, mirando atónito el vaivén que describe la llama. Me lo imagino con una cara inocente, está embobado. Tiene una sonrisa dibujada entre comisura y comisura. Piensa algo. Piensa.
Cuando recuerdo a ese niño mirando con cara inocente, ilusionada, risueña el fuego, me visualizo a mi mirándole a el cuando reposa tranquilo sobre mi cama. O la suya, da igual. Me imagino tirado de rodillas en una alfombra vieja, apoyando mis codos en la mesa, o en una silla de estas de escritorio, con mi cabeza descansando sobre mis manos. No hay una vela de frente. Está el reposando tranquilo. Dormido, lo más seguro. Le miro y pongo esa cara bobalicona, con esa sonrisa inocente propia de un niño y pienso: pobre niño. La vela se consumirá en unas horas. No tendrá a que mirar embobado. Las formas abstractas que describe, son sólo eso, formas aleatorias sin forma. Sin embargo, yo sé que le tendré por mucho tiempo y espero que para siempre. Y tengo la suerte de tenerle para mirarle embobado el resto de mi vida. Y no desprende formas abstractas con el calor, sino que cuando le acaricio y le doy calor, noto como desprende ese cariño, ese amor, esos besos, que más que figuras aleatorias, son orgasmos asexuados que me abren por dentro y me hacen quererle más y más.
Marito*!
Por infinitos momentos de felicidad como los que hemos vivido en este año tan fugaz. :)

(El amor no es lo que nos dicen en las canciones, el amor es. La Bruja de Portobello, P. Coelho.)