24 de noviembre. Llega la noche en
la que en todo el hemisferio norte se celebran tradiciones bien diversas. Si te
cuento un secreto, los primeros 19 años de mi vida también lo celebraba con
gran emoción. Pero ahora ya no me hace demasiada ilusión.
Las 22:00 horas, toda mi familia se
sienta entorno a una mesa repleta de manjares, carnes de todos los tipos,
caviar, frutas exóticas y dulces de todos los tipos, nata montada, merengue,
chocolate hasta de doscientos tipos diferentes. Todos comenzamos a comer y a
beber de esa fuente de energía que a todos gusta, de esa botella de vino
interminable que nos acaricia el paladar. El sabor de la comida se combina a la
perfección con el aroma del zumo de uva fermentada.
Las primeras diecinueve cenas de
este tipo, me lo pasé realmente bien. Estaba a gusto observando la plenitud con
la que los míos sonreían y contaban viejas batallas de dragones amaestrados y
rinocerontes domesticados. Ahora ya no estoy tan contento estos días porque
noto cómo algo de mi ser está lejos, aunque son sólo tres horas y media de
viaje, parece que estemos a años luz de distancia. Comienzo a comer y a beber y
noto la carencia de tu mano sujetando el tenedor deslizándose levemente para
picotear algo de mi plato –que seguramente es igual que el tuyo- y los manjares
ya no son lo mismo, echo de menos esos platos de pasta salada con lata de atún
y tomate de tetra-brick y esas sobremesas discutiendo por qué posición coger en
ese sofá maldito.
Me pongo a pensar e imagino una
balanza en la que compiten por igualarse la comodidad del hogar, de la familia,
de los manjares más elaborados, de las batallas más graciosas, mejor vino que
se bebe en el año y la exclusividad de ese momento con el simple hecho de estar
acurrucado en un sofá de tablas sobre el que descansamos juntos, la seguridad
que me da estar contigo, el bienestar que me producen tus besos y tus caricias
aunque pienses que no porque te pego algún bufido (como tú los llamas) cuando
no me encuentro bien y sinceramente no hay lugar: la balanza se inclina hacia
la cena de pasta y atún, hacia el sofá de tablas, hacia las caricias más
profundas.
Por tanto, podría decir que durante
los años que dure nuestra separación en estas fiestas, mis navidades han
concluido. Volverán el día 24 de Diciembre del año en que las pase contigo y
con los nuestros, disfrutando de nuestros manjares y nuestros vinos y
sobretodo, lo más importante, volverán a mí las navidades cuando vea tu
escurridiza mano picoteando de mi plato. Ahí, volverán las navidades.
Felices Fiestas mi amor.
Marito.