domingo, 23 de diciembre de 2012

Solsticio de Invierno


24 de noviembre. Llega la noche en la que en todo el hemisferio norte se celebran tradiciones bien diversas. Si te cuento un secreto, los primeros 19 años de mi vida también lo celebraba con gran emoción. Pero ahora ya no me hace demasiada ilusión.
Las 22:00 horas, toda mi familia se sienta entorno a una mesa repleta de manjares, carnes de todos los tipos, caviar, frutas exóticas y dulces de todos los tipos, nata montada, merengue, chocolate hasta de doscientos tipos diferentes. Todos comenzamos a comer y a beber de esa fuente de energía que a todos gusta, de esa botella de vino interminable que nos acaricia el paladar. El sabor de la comida se combina a la perfección con el aroma del zumo de uva fermentada.
Las primeras diecinueve cenas de este tipo, me lo pasé realmente bien. Estaba a gusto observando la plenitud con la que los míos sonreían y contaban viejas batallas de dragones amaestrados y rinocerontes domesticados. Ahora ya no estoy tan contento estos días porque noto cómo algo de mi ser está lejos, aunque son sólo tres horas y media de viaje, parece que estemos a años luz de distancia. Comienzo a comer y a beber y noto la carencia de tu mano sujetando el tenedor deslizándose levemente para picotear algo de mi plato –que seguramente es igual que el tuyo- y los manjares ya no son lo mismo, echo de menos esos platos de pasta salada con lata de atún y tomate de tetra-brick y esas sobremesas discutiendo por qué posición coger en ese sofá maldito.
Me pongo a pensar e imagino una balanza en la que compiten por igualarse la comodidad del hogar, de la familia, de los manjares más elaborados, de las batallas más graciosas, mejor vino que se bebe en el año y la exclusividad de ese momento con el simple hecho de estar acurrucado en un sofá de tablas sobre el que descansamos juntos, la seguridad que me da estar contigo, el bienestar que me producen tus besos y tus caricias aunque pienses que no porque te pego algún bufido (como tú los llamas) cuando no me encuentro bien y sinceramente no hay lugar: la balanza se inclina hacia la cena de pasta y atún, hacia el sofá de tablas, hacia las caricias más profundas.
Por tanto, podría decir que durante los años que dure nuestra separación en estas fiestas, mis navidades han concluido. Volverán el día 24 de Diciembre del año en que las pase contigo y con los nuestros, disfrutando de nuestros manjares y nuestros vinos y sobretodo, lo más importante, volverán a mí las navidades cuando vea tu escurridiza mano picoteando de mi plato. Ahí, volverán las navidades.
Felices Fiestas mi amor. 
Marito.